Hay un demonio agitándose en mi interior, está muriendo de soledad en un oscuro paraje de mi corazón que lo arropa con sabanas negras, como preparándose para el luto de su partida; las lágrimas que brotan de sus ojos son pequeñas flamas grisáceas que bajan de sus mejillas, van cargando un pequeño migajón de tristeza, arrastrando sus delgados piecitos, para ir a depositar su carga dentro de una grieta en el suelo a pocos pasos de él, cada migajón hace brillar más la luz que de su interior brota.
Suaves voces se mezclan con el aire, cánticos lejanos de épocas olvidadas, los árboles del bosque de mi alma susurran, discutiendo bajo cuál de ellos reposará el cadáver del demonio, pues todos temen convertirse en él. El demonio los contempla temblando de frió y también de muerte, extiende su mano hacia ellos, señala a uno, al instante todos enmudecen, sintiendo ese nudo en la garganta previo a un llanto largo y amargo de despedida eterna.
El demonio es llevado al pie del árbol elegido por dos ciervos blancos de cornamentas enormes, lo colocan entre las raíces boca abajo con los brazos extendidos como abrazando la tierra, y lo despojan de la sabana negra que lo cubre. Sus lágrimas se reúnen entorno suyo y una a una, van depositando una pequeña flor color escarlata de pistilos dorados, pronto todo su cuerpo está lleno de flores, una luz corta las sombras del árbol, abriéndose paso hasta el montón de flores que queda totalmente iluminando, con los pistilos centelleando en todas direcciones; las lágrimas empiezan a desaparecer como terrones de arena estrellándose contra una dura roca, se van riendo y el eco de sus risas crea una melodía de arpas y violines, luces de colores inundan el ambiente que empieza a entibiarse en el mismo instante en que de las flores escarlata surge un corcel plateado, sobre el que viene montado un caballero de armadura, portando un estandarte con la figura de un sol sobre un roble blanco pintada en él.
Del demonio que antes fui – comenzó diciendo el caballero, con voz etérea – la codicia y maldad se han transformado en generosidad y nobleza, nada hay bajo los pies de mi caballo que no tenga semillas sembradas de libertad, pasé mis primeros años de vida entregado al odio irracional, al goce egocéntrico de una ira desatada sobre todo lo que a mi paso se cruzó, y sin embargo en mí, habitaban esas lágrimas, que se duplicaban todos los días para distribuir la carga que llevaban, hasta que de tantas que fueron, comencé a morir, y en mi agonizante descenso al palacio de la muerte encontré las palabras que me trajeron de vuelta, y vengo para compartirlas:
Perdón…– dijo calmadamente, y lo repitió siete veces.
Luego de eso nada más se escuchó, sólo el sonido del viento acariciando los pastizales.
1 comentario:
Interesante demonio. Su revelación final me confundió pero el disfruté mucho leyendo los párrafos anteriores
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