miércoles, junio 13, 2007

Emily

… el aire mecía su cabello oscuro como aquella noche, su vestido blanco se resistía a descender de la colina haciendo pequeñas ondulaciones como las copas de los árboles que parecían cantar abrazados de las ramas como irlandeses con las mejillas rojas de vino canturreando sus viejas canciones en las tabernas, con las estrellas cayendo en el borde del mundo y el mar, donde las nieblas bañan las velas de los barcos que vienen a arribar en los muelles; Emily sentada abrazando sus piernas contemplaba ese paisaje como cada noche después de merendar. Subía la colina que esta detrás de su casa y pasaba horas hasta que el frió la obligaba a regresar su hogar.

Sus padres se preguntaban que haría tantas horas a solas, pues casi no salía a jugar con otras niñas, no desde hace siete meses y desde ese entonces no quiso salir a jugar más con los chicos del muelle, aunque a diario viene Reneé, su mejor amiga a platicar con ella, siempre en secreto bajo el árbol del patio trasero. Nadie sabe de que hablan, solo que después de que Reneé se va Emily sube corriendo a la colina.

Cierto día, después de que Reneé se fuera, Emily entró corriendo a su habitación, luego de buscar por todas partes su paraguas el que por cierto media casi tanto como ella de altura, y echo a correr hacia la calle, se perdió de vista para su madre que solo pudo llegar a la puerta de la entrada y verla desaparecer entre la tienda de fruta y el callejón Mc Gloin. Casi sin respirar llego hasta una esquina donde ya la esperaba Reneé que llevaba un banquito que había tomado prestado del tocador de su mamá.

Caminaron calle abajo sonriendo y cantando alegres, hasta que llegaron al muelle numero 28 donde se detuvieron como paralizadas por un rayo mortal, varios minutos sin decir palabra alguna, con una mirada de asombro como si hubiesen visto abrirse el cielo ante ellas. Después de unos instantes, Emily tomo el banquito y lo puso al lado de un poste, se trepo y fue extendiendo el mango del paraguas con su pequeño brazo que apenas tenia fuerza para sostenerlo. Finalmente y después de varios intentos los alcanzó.

Por fin, los mantenía balanceándose de los cordones, como un héroe de guerra que agita su estandarte cuando ha conseguido la victoria. Tenía nuevamente esos tenis, de los que durante las noches en la distancia solo podía ver unas titilantes lucecitas que se encendían en sus suelas, y la lengua de sus tenis al mecerse con el viento mas desconocía el lugar exacto donde podrían estar.

Reneé, quien su padre era comerciante y hacia entregas a sus clientes aprovechaba para ir por las calles buscando los tenis de Emily que había estado muy deprimida tras haberlos perdido en la playa el último día que salió a jugar con sus amigos. Por rumores sabía que alguien, posiblemente Alberto, un niño al que nadie quería cerca porque era insoportable y siempre les quitaba los juguetes o escondía los zapatos de los demás niños, era quien los había tomado.

Y esa vez no había sido la excepción, él sentía envidia de Emily que aquel día había llegado corriendo muy alegre mostrando sus tenis nuevos a sus amigos; Alberto que ardía de envidia miraba y esperaba un descuido para robar los tenis nuevos. Y así pasó, al primer descuido Alberto tomó los tenis y echó a correr, sin que nadie se diera cuenta hasta que llegó la hora de irse a casa.

Emily regresó a su casa desconsolada, se encerró varios días a llorar en su habitación, hasta que Reneé le prometió que la ayudaría a buscarlos.

Ahora su sueño de recuperarlos se había vuelto real, cuidadosamente los iba trayendo hacia ella, ya queriendo ponérselos nuevamente, pero al mirarlos bien una vez que los tomo con ambas manos un par de cabecitas asomaron desde dentro, eran unas pequeñas golondrinas recién nacidas, su madre había encontrado en los tenis un hogar confortable para sus crías. Estaba en un dilema, los tenis que tanto había deseado tener de vuelta y esas dos caritas de ojos grandes que le lloraban por un trozo de comida.

Emily aún sube la colina a mirar las luces de sus tenis meciéndose con el aire y de vez en cuando deposita un trozo de pan bajo el poste del muelle 28.




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