jueves, enero 08, 2009

Capitulo I
El hechizo de Silverius.

Una densa oscuridad cayó de pronto sobre el poblado de Santiago, casi todas las luces se extinguieron, sólo las brazas del anafre quedaron titilando, como parpadeando para ver si todo había terminado; pero era solo el comienzo. El frío se sentía cada vez más fuerte, como una daga helada penetrando la carne, su rostro reflejaba un iracundo mal, formándose en su mirada encendida. Puso algunas hojas secas para hacer arder unos troncos que había cortado de cada heredad de la que había sido despojado. Echó algo de petróleo encima, tomó unas brazas del anafre, con un solo soplido las volvió a encender y se las arrojó para prenderles fuego.

Caminaba en círculos alrededor de la hoguera en silencio, con millones de ideas y de imágenes rondándole la cabeza, su vida y todo lo que había perdido era lo que más le venía al pensamiento, trataba de entenderlo, de buscar una razón que no fuera solo el acto vil del cual había sido víctima, pero no hallaba nada que pudiera detenerlo en ese momento en que todavía algo de su ser le decía que debía perdonarlos. Pero no pudo encontrar nada que le hiciera cambiar de opinión.

El viento arreciaba y hacia silbar las hojas de los árboles, en la casi impenetrable oscuridad se podían ver remolinos de polvo levantándose como viejos magos que vienen a presenciar el acto, parándose solemnemente frente a él, saludándolo y luego esfumándose.

Se detuvo bruscamente, dirigió su mirada hacía los cuatro vientos y levantando poco a poco la vista al cielo, comenzó primero susurrando palabras apenas entendibles, elevando el volumen de su voz cada vez más; las llamas que al principio eran pequeñas fueron aumentando su tamaño conforme sus vocablos sonaban con más fuerza.

Apretó su viejo bastón con vigor y gritó:

“…Astachoth, Tzabaoth, Adonai, Agla, On, El, Tetragrámaton… en SAL y AGUA se convertirá…”

El fuego se consumió en ese momento, y el viento dejo de soplar, un humo blanco y brillante comenzó a salir de entre las cenizas, meciéndose suavemente, en la punta de la columna de humo se formó la cabeza de una serpiente. Su mirada se posó fijamente en el rostro de Silverius, los ojos de la serpiente se iluminaron y dijo con una voz siseante a la vez de sepulcral, - ¡sal y agua!- y se fue deslizándose entre los matorrales.

La noche volvió a la calma, Silverius estaba de rodillas mirando el suelo, su cuerpo temblaba a pesar de que el frío se había ido, sus dedos estaban clavados en la tierra y su bastón se había reducido a unos cuantos trozos de madera. Sintió la pesadez de su cuerpo, como si llevara una gran roca sobre la espalda que le impedía erguirse, sudaba tanto que el sudor le comenzaba a nublar la vista, y luego de un par de minutos de luchar consigo mismo para levantarse cayó inconsciente.

El sol ya estaba en lo alto, y la brisa de la mañana comenzaba a evaporarse de las hojas, lentamente abrió los ojos y comenzó a reconocer el lugar, se levanto con el cuerpo adolorido como si la noche anterior le hubieran puesto una golpiza y se fue a casa. Al llegar su esposa Joan lo esperaba sentada bajo el alcanfor donde hacía tortillas en el comal, y sin mirarlo le dijo – Haz condenado a toda tu descendencia Silverius. – y siguió haciendo tortillas.

En años anteriores Silverius había estado trabajando para una compañía multinacional de telecomunicaciones, pero fue despedido al ser descubierto tratando de falsificar unos documentos para que su tío Petronax, que estaba gravemente enfermo pudiera recibir la atención médica que necesitaba. Abatido y desesperado al no poder hacer nada para salvar a su tío, Silverius comenzó a trabajar como albañil construyendo una barda de piedra en una hacienda cercana a su casa, ya que los dueños de la hacienda eran dueños del hospital en el que su tío sería recibiría las atenciones necesarias para curar su padecimiento, y al realizar el trabajo ellos le había prometido que en pago admitirían a su tío y absolverían los gastos.

Silverius era el sobrino favorito de Petronax, pasaban mucho tiempo juntos y eran grandes amigos, toda su confianza estaba depositada en él, incluso le había dicho que cuando el muriera le cedería sus tierras, por que él sabía que sus propios hijos lo dejarían solo en el momento que más necesitara de ellos, además de que eran demasiado despreocupados y vivían solo a costa de él. Pero en el momento en que su tío se encontraba al borde de la muerte Silverius no pensaba en otra cosa que no fuera salvar su vida, no quería que su mejor amigo se fuera de su lado.

Una mañana fue a visitarlo al hospital; usualmente al llegar las enfermeras lo saludaban, incluso el guardia de la entrada corría hacía él para darle los buenos días, pero esa mañana todos desviaban sus miradas, el aire estaba extraño, helado, y no sabía porque al cruzar el umbral su corazón había comenzado a latir rápidamente, llego a la habitación 80, y su tío ya no estaba ahí, sobre la cama estaba únicamente un papel que decía que debía pasar a reclamar el cuerpo al anfiteatro y llenar ahí el papeleo correspondiente.

Días mas tarde después del funeral de su tío Petronax , fue a visitar a su ahora viuda tía de nombre Isabella, pensando que sería bien recibido como en otro tiempo, mas se topó con la sorpresa de que ahora sus primos y su tía lo miraban con enojo y recelo, sabían que el había sido nombrado como heredero de las tierras de su tío, pero no había papel alguno que lo avalara. Su tía le salió al paso y le dijo – Ya no eres bienvenido en esta casa, vete y ni pienses que tendrás nuestras propiedades. – mientras levantaba la mano señalándole la puerta.

Silverius no lo comprendía, después de haber hecho tanto por su familia recibía una estocada en el corazón, su visita que no tenía intenciones de reclamar nada de lo que su tío le había prometido se había convertido en un suceso ennegrecido con el odio de toda una familia, que marcaría todo lo que estuviera por venir. Cruzó la calle, se detuvo y volteó a ver por última vez la casa donde muchas veces había recibido el acogimiento de sus habitantes, su mirada reflejaba desconcierto y en el fondo comenzaba a crecer una terrible sed de venganza. – ¡Ya lo pagarán! – gritó, y luego continuó su camino.

1 comentario:

Alas rotas dijo...

Que bueno leerlo por aquì!!!


te amo tanto!