Durante mucho tiempo en mi
infancia me intrigó un fenómeno recurrente que sucedía en la casa de mis
padres, no sé si a muchos les sucede, aunque sé que quienes tengan esta
incertidumbre que yo tuve, todavía no tendrán edad suficiente para entrar a
leer esto, y con ello quizás resolver el misterio. Yo fui un niño al que le
gustaba construir mundos internos, crear lenguas extranjeras que no se hablan
en ningún lugar del mundo, pero que yo creía que habría un país donde si me
entenderían y sería incluso un sabio
reconocido, por poco sabio que resultara en sí esa afirmación, usualmente
estaba inmerso en batallas interplanetarias, o siendo el dios de algún pueblo
de canicas, y castillos hechos de cassettes, pero algo siempre me hacía salir
de ese internamiento de fantasías: el escuchar las carcajadas de mis hermanos
en la cocina, que en mi familia es el lugar central donde todo ocurre; era un
llamado a ir a explorar esa alegría reventada como un globo lleno de agua que
lo empapa todo, pero al llegar todo se transformaba en silencio, ni una
palabra, ni una gota de agua, a veces preguntaba por qué reían, otras veces sólo
regresaba jalando a mi cuerpo que prefería esperar a que otra cosa pasara, para
seguir platicando con los rostros
formados en el mármol del piso de la sala. No pasaba ni un minuto cuando volvían
las risas y las carcajadas, de nuevo corría a la cocina y de nuevo todo enmudecía.
Esto ocurrió no
sé por cuánto tiempo, pero sin que eso me llegara a afectar descubrí con el
tiempo lo valioso que puede llegar a ser que las personas puedan guardar algo
de silencio de vez en cuando, así como a encontrar tus propias risas, y las de
quienes se reúnen contigo para pasar un buen momento. El silencio puede ser un
gran aliado, porque entre menos parloteo haya a tu alrededor mejor puedes
escuchar a la persona que está delante de ti moviendo los labios, haciendo que de
su corazón surjan las palabras que está poniendo en tus manos, sobra decir que
no es un trabajo fácil y por lo mismo no debe de subestimarse o demeritarse
semejante esfuerzo; también ayuda para puedas escuchar lo que está dentro de
ti, no sólo encontraras tus palabras, también iras descubriendo que las cadenas
genéticas tienen secretos para ti, y te hablan de lo que esta atrás en tu
historia, puedes considerarlas un cuento de hadas o bien tratar de entenderlas
y hacer algo con lo que te revelan, eso está en tus propias manos.
Otra cosa que
aprendí durante esos años, fue lo que yo considero es la máxima expresión del
poder del silencio, que puede resultar lo más contradictorio del mundo, y es
que la Música es esa maravillosa danza de dualidades entre las notas y las
pausas del silencio, o la ausencia de sonido, acomodadas de maneras infinitas
para crear montones de sensaciones en nosotros, teniendo el poder de hacernos
cantar o ponernos a llorar en silencio mientras suena la música melancólica, trayéndonos
un sinfín de imágenes y recuerdos.
Un día mi madre
me contó que ella no esperaba tener un hijo más, así que cuando se embarazó de
mi creyó que por los años era más probable que fuera menopausia, uno puede no
dejar de pensar en el hecho de haber sido un hijo no deseado, pero esta idea la
sobrepasa el hecho de haber tomado forma
en un punto parecido al ojo del huracán, donde todo a tu alrededor está moviéndose
y transformándose a gran escala, y sin embargo tu permaneces en el centro donde
hay una paz inmensa, paz que también me ha costado esfuerzos titánicos
conservar hasta estos días, y que siendo sinceros, más del 90% de las veces he
fracasado para mantenerla. La lucha continua, pero creo llevar una ventaja:
nunca soy lo que parezco ser, pero siempre soy el que quiero ser.
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